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El plástico ha conquistado cada rincón de nuestro planeta. Recientes estudios han demostrado que es posible encontrar microplásticos (partículas de plástico microscópicas) en gran parte de nuestros alimentos y bebidas, incluso flotando en el aire que respiramos.

Obviamente, ingerir microplásticos por cualquiera de estas vías resulta alarmante, ya que hablamos de un material tóxico que podría generar problemas de salud en nuestro organismo. Se sabe que el agua embotellada alberga mayor cantidad de estas micropartículas, pero ¿qué ocurre con el agua de grifo?

Microplásticos en el agua del grifo

Según un estudio llevado a cabo por la University of Minnesota School of Public Health (Estados Unidos) junto con la organización Orb Media, hasta el 83% de las muestras recogidas en distintas ciudades del mundo de agua de grifo están contaminadas por microplásticos.

Se estima que la cantidad media de partículas de plástico que podría ingerir una persona que solo bebiera agua de grifo estaría en torno a las 5000 por año, cantidad que se multiplica varias veces si se combina con el consumo de agua embotellada, llegando a rondar las 100.000.

Las consecuencias que esto podría tener para nuestra salud aún están por definir, ya que los científicos hablan de efectos a largo plazo. 

Las causas de que el agua que llega a nuestros hogares traiga consigo estas indeseables partículas no se conocen con exactitud. Aunque se sabe que la ropa y otros objetos hechos con fibras procedentes del petróleo liberan en su desgaste diario partículas que quedan en suspensión en el aire, y la lluvia hace que estas acaben filtrándose al subsuelo, pozos y acuíferos. Por lo que no es de extrañar que acaben en el agua que consumimos.

Otros metales que podrían generar problemas de salud

Sin embargo, el plástico no es el único problema que podemos encontrar en el agua corriente de nuestros hogares. La corrosión y el deterioro de tuberías pueden causar fugas de otras partículas que afectarán a la calidad del agua y, por consiguiente, a nuestra salud.

Elementos como el cobre o el plomo pueden desprenderse de las tuberías que acusan un mayor desgaste, es decir, tuberías e instalaciones más antiguas y faltas de mantenimiento. Tanto el plomo como el cobre, materiales de los que están hechas las tuberías más viejas, son metales que en altos niveles pueden dañar algunos órganos como el cerebro y los riñones, especialmente a niños y mujeres embarazadas.

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